💚 RECUENTO - CAPITULO 1: CASUALIDADES
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Café |
RECUENTO - CAPITULO 1: CASUALIDADES
Con
el tiempo supe que todo sucede por y para algo que en un primer momento no
alcanzamos a comprender. Soy
Alejandra y así fue como conocí a Julián aquella primavera de 1999.
Él
era el dueño del bar donde solía ir a tomar café y escribir cuando el mundo me
aturdía o las musas me visitaban.
Trabajaba
cerca, a la vuelta sobre la calle Caseros, el lugar era agradable, servían buen
café y no era caro.
Una
tarde, cuando él se encontraba detrás de la barra, el bar estaba lleno y me
cansé de esperar que el camarero me trajera la cuenta, cruzamos las primeras
miradas mostrador de por medio cuando me acerqué a pagar.
—¿Cuánto debo?, pedí dos
cortados y un agua sin gas —Pregunté
sin apartar la vista de la billetera mientras intentaba sostener bajo el brazo
el cuaderno de mis anotaciones y el libro que estaba leyendo.
—Buenas
tardes, cuarenta y dos pesos señorita —Respondió justo cuando
levanté la mirada y vi sus grandes ojos celestes.
—Cóbrese
cincuenta —Creo
que me sonrojé, dejé un billete de cincuenta pesos sobre el mostrador y sin
saludar, me fui.
—Gracias,
que tenga buena tarde, hasta la próxima —le oí decir mientras me
perdía entre las mesas buscando la salida más cercana.
Volví
a la semana siguiente, en la tarde, haciendo tiempo para regresar a la oficina. Ese día me tocaba trabajar hasta la noche,
era el día a la semana que me ocupaba de dar las capacitaciones a los nuevos
integrantes del equipo y el horario de salida era tan incierto como el interés
que ellos ponían en lo que debían aprender. Me
senté en la mesa de siempre, el dueño al verme se acercó y se ofreció a tomarme
el pedido personalmente, dijo que para compensar la molestia de la vez
anterior. Lo miré con más atención y
sospeché que era al menos quince años mayor que yo.
—Gracias,
un cortado con leche fría por favor —le
pedí sin darle demasiada conversación.
Estuve
más de una hora y cuando levanté la mirada para pedir la cuenta, él ya estaba
en camino.—¿Le traigo otro café? —Me preguntó mirándome a los ojos.
—No, gracias,
solo la cuenta, tengo que volver al trabajo —respondí mientras buscaba mi
billetera y cerraba el cuaderno.
—Como
usted ordene, son quince pesos señorita.
Disculpe si es casada, pero como no se su nombre… —acotó
mientras me miraba sonriente
—Cóbrese
veinte. Me llamo Alejandra y no, no soy
casada
—le
di los veinte pesos mientras me levantaba y arrimaba la silla contra la mesa
—Muchas
gracias Alejandra, muy amable, yo soy Julián, para lo que guste. —Me
extendió la mano que estreché con firmeza, sonrió y se fue.
No
sé cuántas veces se cruzó su sonrisa por mi cabeza en los días siguientes.
Estaba
atravesando una época de mucho trabajo, pese a mis poco expertos veinticinco
años hacía ya dos que ocupaba un cargo ejecutivo en la que fue la empresa
pionera en brindar servicios de Internet en el país. Casi no tenía tiempo para mí pero eso era
compensado con un buen sueldo que por entonces alcanzaba para colaborar en
casa, mantener mi auto y darme algunos gustos. Había
terminado mi relación con Alejandro, compañero de trabajo, mi jefe para ser más
precisa, hacía pocas semanas y él ya estaba coqueteando con una compañera. Eso me tenía confundida, no tenía ya derechos
sobre él, lo único que compartíamos era el nombre y a veces la mesa del
almuerzo, pero me sentía herida todavía por la forma en que me dejó y por cómo,
tan rápido sin ningún pudor, mostraba su interés por alguien más.
Me
sentía pésimamente esa tarde cuando volví al bar y a mi mesa de siempre. No saqué ni el cuaderno de mis anotaciones ni
el libro. Perdí mi vista por la ventana mirando el Parque Lezama que se
mostraba pleno de primavera en la vereda de enfrente.
Fueron
infructuosos los intentos por disimular mi angustia y justo antes de que, como
ya era costumbre, Julián se acercara para tomarme el pedido, se humedecieron
mis ojos.
—¿Se
siente bien Alejandra? —preguntó casi susurrando, inclinándose
hacia mí.
—Si,
si, estoy bien, nada más un poco cansada, gracias. ¿Me traes un café y un agua sin gas por
favor? —Me
di cuenta al instante, lo había tuteado por primera vez y él acusó recibo en su
respuesta.
—Ya
te lo traigo —esbozó una media sonrisa y desapareció
entre las mesas.
Aproveché
que estaba sola nuevamente, suspiré, me acomodé el flequillo, volví a pasarme
la mano por los ojos y traté de pensar en otras cosas.
Esa
tarde no pasó nada que merezca ser contado, pero al día siguiente volví
temprano en la mañana, antes de pasar por la oficina, pensé que tal vez por la
hora Julián no iba a estar en el bar y no tendría que sumar a mi angustia, las
mariposas que revoloteaban en mi estómago cada vez que lo veía. Pero falló mi intuición y ahí estaba.
Me vio
entrar y se acercó a acomodarme la silla incluso antes de que yo terminara de
atravesar el umbral.
—¿Cómo
estás hoy?, ayer me quedé pensando en vos, te veías muy mal ——Bien,
hoy estoy mejor gracias —la pregunta me descolocó de tal forma
que no supe que responder.
—Perdón
si me entrometo pero no me gustó verte así, si hay algo en lo que pueda
ayudarte…
—No,
está bien, la verdad es que no sabría cómo…—no me dejó terminar la frase
y siguió
—¿A lo mejor escuchándote? —preguntó mientras acercaba otra silla a mi
mesa preparándose para sentarse
—La
verdad no se…—le
dije mientras lidiaba con mis reacciones, las mariposas en el estómago, el
rubor en mi cara, el pulso acelerado y las gotas de sudor en mi frente
—Dale,
contame, ¿qué te pasaba ayer? —se sentó y reclinándose para atrás mientras
cruzaba los brazos sobre el pecho, esperó una respuesta sin apartarme esos ojos
celestes de encima.
Una
hora después tuve que llamar a la oficina para avisar que llegaba más tarde,
creo que hablé tanto como en los últimos tres años…algo en esa pregunta de
Julián abrió en mí un grifo y me desahogué contándole detalles sobre mi
relación con Alejandro, el trabajo, la familia, lo cansada que estaba de la
rutina y todo lo que me aquejaba últimamente.
—Si
me permitís una sugerencia —dijo finalmente—, deberías
dedicar tiempo para vos, hacer las cosas que te gusten, leer un buen libro,
caminar, pasear con tu mascota si tenes, mirar películas, todo lo que puedas
hacer por vos, es el momento de hacerlo.
No
supe que contestar. Siguió preguntándome por mi familia, quiso saber sobre mi
padre porque no lo había nombrado en todo mi parlamento anterior y le conté que
mi madre se había separado cuando yo tenía cuatro años y que no lo veía desde
entonces.
—La
verdad no puedo entender esas cosas —negaba con la cabeza cuando me interrumpió
para contarme sobre él—, el solo hecho de pensar estar un día
alejado de mis hijos me enloquece. ¿Vos
no tenes curiosidad por saber de tu papá?
—Ni
un poco, mi papá fue el hombre que desde mis cuatro años me crio, mi abuelo
Luis y falleció hace diez años ya —repetí el mismo discurso que tenía
siempre a mano cuando me sacaban el tema.
Esa
mañana no hablamos más, me acompañó hasta la puerta del bar y por primera vez
nos despedimos con un beso en la mejilla.
Desde
ese día Julián entró sin permiso en todas las áreas de mi existencia, si alguna
vez tuve secretos, él supo develarlos y adivinarlos o hizo la magia para que yo
los contara todos.
Con
el correr del tiempo, esas charlas en su bar cuando podía escaparse un rato de
su rutina y yo de la mía, se nos hicieron costumbre y se me hicieron
necesarias.
Lee acá la segunda parte