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💂 PERESTROIKA PARA UN HOMBRE SOLO


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Kremlin

PERESTROIKA PARA UN HOMBRE SOLO




Iván era a todas luces lo que llamamos un perdedor.

Menudo de cuerpo, de piel transparente y verborrágico al punto de resultar insoportable para la mayoría de sus conocidos.  Bigote ancho y barba candado, de crespa cabellera negra y lánguidos ojos pardos.  A su favor debemos decir que era una persona religiosa (católico), de comportamiento recto y solidario.  Iván no comprendía la vida a la que estaba condenado desde que nació, pero hacía lo que podía con ella.

Un hermano mellizo al que solo se parecía físicamente, un nombre que se le antojaba elegido a la medida del amor casi enfermizo por la cultura rusa que se despertaría en él aún antes que sus hormonas y un padre ausente, habían forjado una personalidad por demás retraída pero ávida de conocimiento.

Los compañeros del curso de idioma ruso eran prácticamente los únicos con los que podía usar sus herramientas coloquiales favoritas, hablaba hasta el cansancio (de la audiencia) sobre sus conocimientos de historia, usos y costumbres de los moscovitas de principio de siglo comparados con los modernos agregando cada tanto algún dato prescindible sobre la actuación de las fuerzas militares soviéticas durante la segunda guerra mundial (su otro pasatiempo).

Vivía en su pueblo natal a unos 200 Km al oeste de Buenos Aires, acudía a la ciudad en tren una vez por semana al curso en la zona de microcentro porteño y pernoctaba en el sofá de la casa de una prima segunda que lo recibía cariñosamente, en honor al recuerdo de su madre que había sido prima hermana de la madre de Iván.

Con su sueldo de profesor de informática en un instituto para adultos, los viajes semanales a Buenos Aires, el arancel del curso de ruso y los servicios quincenales de las prostitutas de la zona roja eran los únicos lujos que podía darse.  Cuando cobraba algo extra llevaba facturas o pagaba las pizzas en la casa de la prima, siempre y cuando no tuviera alguna deuda local que cancelar con el dentista, la cooperativa de luz o la municipalidad.  

La casa en la que vivía, que había sido de su abuela materna, acusaba el mismo abandono que muchas veces su propia persona, se dedicaba a limpiar con desgano únicamente el espacio que ocupaba: el baño, la cocina y su habitación.  El resto de la morada estaba dominado por una especie de vegetación amazónica y un olor rancio que lo había invadido todo.  Pocas cosas le importaban: que llegara el viernes para asistir al curso, pasar dos días en la casa de su prima y regresar para volver a esperar al siguiente viernes donde además del curso también gozaría del alivio de una hora en los brazos de alguna de sus chicas de la zona roja del barrio de Palermo.

La noche del día que cumplió 36 años, Iván decidió que ya era hora de sentar cabeza y se conectó a Internet.

Su tiempo en el ciberespacio estaba dominado por un nuevo hobbie que consistía en analizar a las candidatas que la base de datos de una página de citas le ofrecía, comparando perfiles, fotos y preferencias.  Dedicaba a esa tarea puntillosamente una hora de conexión, la hora siguiente la repartía a tiempos más o menos iguales entre leer y responder los correos electrónicos de sus ciber amigos desde Rusia, responder preguntas de los alumnos de informática en el foro del Instituto y descargar pornografía para sus muchos ratos de ocio y manualidades.

Dos semanas le costó encontrarla.

Ella tenía tres cualidades de las requeridas por Iván para intentar una relación amorosa con proyección a futuro: parecía inteligente, era evidente que tenía pechos grandes y, en una conversación por chat, había deslizado la posibilidad de tener antepasados soviéticos, lo que terminó por despertar el apetito sexual de Iván.

Sólo quien ha aceptado su derrota tempranamente puede acceder a un amor tan contrariado como el que él intentó ese otoño.  Y lo cierto es que fue mutuo.


Cayeron literalmente vencidos uno en brazos de la otra.  Él intentaba hacerse de una vida más normal para su edad “con novia oficial y todo”, ella buscaba olvidar un desengaño aunque eso significara resignar algunas pretensiones.  Eran una pareja condenada al fracaso sino instantáneo, por lo menos gradual e irremediable.

Si bien Iván resultó ser con su nueva novia un amante experimentado y tenaz trabajador en varias artes amatorias, precisamente no dominaba el arte de la penetración por lo que en cada encuentro era ella la que debía consumar el encastre para que los acontecimientos siguieran su curso.  Con las putas de la zona roja ese detalle pasaba desapercibido, ellas no exigían de él ningún esfuerzo.

Desolado frente a la posibilidad de que su chica se cansara de la situación y un día le exigiera un papel más activo en la cuestión, intentó practicar durante varios días en su casa con objetos de distinto origen (todos inanimados por cierto), pero fue en vano.  Por eso, desesperado y a escondidas, esa misma semana volvió a la zona roja para contratar las clases particulares de una de las chicas que, después de negociar la tarifa (porque el skill transfer era más caro), lo recibió de extremidades abiertas. Tampoco.  Era imposible, comenzaba a temblar y se congelaba en el mismo instante en que se suponía, según decía la costumbre, debía embestir contra su amante pero no, no podía.  La vergüenza fue tal que pagó sin haber terminado su hora y sin siquiera irse satisfecho.

Pese a ese detalle, Iván y su chica pechugona fueron felices durante cinco fines de semana.  La desilusión de ella comenzó el día que con horror descubrió que él no se cambiaba las zapatillas haría por lo menos un año y la de él cuando advirtió, con cierta desazón, dos cosas: que los antepasados rusos que ella decía tener se remontaban a por lo menos diez generaciones hacia atrás, lo que no garantizaba la supervivencia en ella de algún gen soviético y que la alimentación de su enamorada se basaba fundamentalmente en carbohidratos “por eso los pechos grandes” pensó cuando sintió que definitivamente el amor se había acabado.

La lloró dos días hasta que se dio cuenta que era miércoles y que el viernes podía volver a las conquistas fáciles en Palermo.

El viernes por la noche concluido el trámite, salía del establecimiento ya totalmente repuesto del duelo por la precoz ruptura con la ex novia tetona.  Se sentía liviano como si realmente se hubiera sacado un peso de encima (o dos).  Pensó en la fortuna que se acababa de ahorrar en galletitas y sonrío.

Estaba inmerso en esos pensamientos sobre las ventajas que suponía su nuevo estado de soltero cuando vio un afiche en la esquina de Av. Juan B. Justo y Honduras.  El Banco de la Provincia de Buenos Aires promocionaba nuevos préstamos personales a tasas muy bajas para empleados del estado provincial.

Nunca una publicidad de la banca estatal habrá causado tanta alegría en un ciudadano de a pie como esa causó en Iván.  En segundos procesó la información.  Tal vez fuera la señal de que la mujer que estaba buscando para encaminar su vida podría encontrarla directamente en las cercanías del Kremlin.  Con un préstamo personal se costearía los pasajes, la estadía la tendría resuelta en casa de alguno de sus amigotes cibernéticos que en más de una oportunidad lo habían invitado, en especial Sergei de Moscú, periodista de investigación, con quien compartía el sueño de escribir juntos un libro sobre Alksandr Pokryshkin, el as de la aviación soviética durante la segunda guerra mundial.

Esa noche, en el sofá de su prima, Iván soñó con aviones y con Anna Karénina.

Ocho meses más tarde, en pleno invierno del hemisferio norte, Iván tocaba suelo ruso.  En el recientemente remodelado aeropuerto Vnúkovo lo esperaba Viktoria con un cartelito en alto que decía simplemente “IVAN”.  Lo acompañó en tren hasta Moscú donde se encontraría luego con Sergei, su anfitrión en ese viaje.

A Viktoria la conoció en una web europea para solos y solas unos meses antes del viaje, ella buscaba concretar su fantasía de aventura sin compromiso con un morocho sudamericano y él lo que ya sabemos, encontrar al amor de su vida, si es posible con genes rusos y grandes pechos.

Al segundo día Sergei lo condujo en automóvil cerca de 80 km hasta Kubinka para recorrer el Museo Histórico Militar, su deseo más libidinoso, aún más que concretar el amor con Viktoria.  Durante el recorrido con guía en idioma ruso, la visión de ese armamento, especialmente ese tanque JSU-152 de 46 toneladas con cañón de 75mm, lo dejaron en tal estado de excitación que tan pronto como regresaron a la ciudad ya bien entrada la noche, se contactó con Viktoria para acordar una salida a solas al día siguiente.  Estaba listo para el combate.

De día recorrieron el Kremlin y alcanzaron a visitar 2 de las 3 catedrales.  Durante todo el paseo ella le daba muestras de cariño que, junto a las visiones del museo militar del día anterior, tenían a Iván en el aire.  La noche helada los descubrió desnudos en la casa de ella y bebiendo vodka del bueno.  Fue allí donde ocurrió la magia.  Iván demostró a Viktoria su virilidad de principio a fin, sin dudas, sin temores.

Pasó casi un mes en Rusia.  Con Sergei probó todas las delicias que pudo de la cocina local, con Viktoria perdió 5 kilos y aprendió a tomar vodka.  Nunca más volvió a saber de ella.

Las chicas de Palermo todavía lo apodan “el ruso” y no entienden el tatuaje que se hizo hacer en el brazo izquierdo: JSU-152.

Fotografía:  By Eldar Vagapov - originally posted to Flickr as Kremlin, CC BY 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=5975330

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