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SIN PERFUME - RELATO DE UN ENCUENTRO ESPERADO - VERSIÓN DE ELLA

Cuento corto Sin Perfume Parque Lezama Buenos Aires
Parque Lezama

SIN PERFUME - RELATO DE UN ENCUENTRO ESPERADO - VERSIÓN DE ELLA

No sé porque llegué temprano al bar esa mañana, nos habíamos citado para las 11:30 y a las 10:45 ya estaba eligiendo mesa. El día estaba particularmente luminoso en la zona del Parque Lezama y me decidí por una mesa contra una ventana, por nada en particular, solo quería mirar la calle, el parque y la gente pasar.

Preparada para unos minutos de soledad llevé conmigo el libro que estaba empezando a leer esa semana, así que pedí mi café mientras lo esperaba y me aventuré a las primeras páginas. Un mensaje al celular interrumpió mi lectura, era él que me avisaba que estaba en camino, que se demoraría unos minutos más porque se había bajado del colectivo a unas cuantas cuadras del bar.

En el momento en que estaba él pagando la cuenta un vendedor ambulante se acercó a nuestra mesa y le dejó una tarjeta, Angel la leyó sin lentes y me la dio preguntándome que decía porque no podía leerla bien. Nunca le dije lo que tenía escrito esa tarjeta, sonreí para mis adentros sabiendo que el tiempo no le había hecho perder las mañas.

Conocía esta esquina solo por los relatos que Angel me daba a leer hace algunos años, nunca entré ni mucho menos me detuve a tomar un café aquí. Cuando me pidió que eligiera el lugar donde encontrarnos pensé que después de tanto tiempo, era finalmente hora de aceptar tomar un café en este bar y una vez más dejarlo jugar de local, como decía él cuando se quejaba de que siempre tenía que venir hacia la zona donde yo trabajaba para vernos en un bar.

No sabía bien cuanto tiempo hacía que no lo veía, pero con seguridad ya habían pasado varios meses desde el último café. Me agrada la idea de compartir cada tanto un café con él, no podría explicar que me provoca aceptar o proponer una charla, pero el aire fresco que respiro en esos encuentros puede ser un buen motivo.  Diez minutos después de la hora convenida, ahí estaba él entrando al bar por la esquina de Brasil y Defensa. Creo que mucho no tuvo que buscarme porque vino directo a la mesa donde estaba yo acomodando el señalador en mi libro mientras lo miraba por encima de los lentes.

Los primeros segundos sucedió lo de siempre, su nerviosismo, su inconfundible manera de romper el hielo cuando me preguntó “¿qué haces acá?”, el leve tono rosado de sus mejillas, me confirmaron que estaba nuevamente frente a la presencia de mi amigo Angel, de uno de mis “ángeles personales”. Sonreí, nos saludamos con un beso en la mejilla. Nada había cambiado, esa tensa calma que siempre nos acompañó, se hacía presente una vez más. Era magia, era un bálsamo.

Traía un perfume nuevo, no era el de siempre que recuerdo me hacía saber que había llegado aún antes de verlo. Lucía despreocupado, algo avejentado y después pude saber que con una carga emocional que lo abatía por dentro y eso se notaba por fuera.Pasaron 4 cortados y dos tostados de jamón y queso hasta que miramos el reloj y decidimos despedirnos. Habíamos conversado mucho sobre mí, sobre él, sobre la salud, las familias, los proyectos, la vida. Le conté que mi esposo sabía que íbamos a encontrarnos y que le mandaba saludos, me aseguró débilmente que su mujer también sabía que nos veríamos.

La foto corresponde al sitio oficial de la Secretaría de Turismo de la Ciudad de Buenos Aires

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