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🧙‍♀️ GERLIANIDADES - UN CUENTO CON REALISMO MAGICO

Siete puentes - Gerli - Avellaneda
Siete puentes - Gerli - Avellaneda

GERLIANIDADES - UN CUENTO CON REALISMO MAGICO




Es sabido por todos que Gerli es un lugar fabuloso.
Depende de dónde te pares, estás en Avellaneda o en Lanús.  Yo vivo del lado de Avellaneda, cerca del fumigadero de cabezas, antes le llamaban centro comercial pero los últimos gobiernos, con afán de sincerarlo todo, rebautizaron a los antiguos shoppings y los declararon abiertamente fumigaderos, un lugar donde entras con una idea y salís con otra o con cuatro al precio de dos, si caes justo un día de ofertas.
Contar sobre los personajes del barrio sería tarea titánica, pero hay casos que sobresalen.  Por ejemplo Ester, que por adeudar tres cuotas del impuesto municipal no pudo reclamar que le podaron la rama del árbol donde dormía enroscada. La pobre tuvo que pedirle permiso a Don Raúl para pernoctar en el palo borracho de su vereda, se queja porque pincha, pero es el único ejemplar generoso de la calle que podía soportar su quilaje; Ester tiene robustos hasta los malos pensamientos.  
Otra realidad es la de los matrimonios jóvenes que no consiguen reparación para la máquina expendedora de criaturas que está en la esquina, hace años está fallando, entrega por ejemplo, niños mucho más inteligentes que sus padres, como Francisquito, que vive al lado de mi casa, no podemos entender como ese crío es tan despabilado con la madre que tiene.  Él claramente fue un error del sistema.

La identidad gerliana no termina con esos casos, hay otros que contribuyen en su construcción.  Sin ir más lejos acá, cruzando la calle está el taller de Carlos donde hace unas décadas y gracias a la tecnología de punta que habían importado de otras localidades más avanzadas, solían recibir suegras para regenerarlas, las convertían nuevamente en amorosas madres primerizas.  Pero cometieron un error de estrategia al intentar aumentar las ganancias cuando empezaron a aceptar también madres para convertirlas en hermanas compinches.  El negocio funcionó un tiempo corto porque paulatinamente la clientela fue mermando.  Sucedía que una suegra era también madre, entonces muchas veces la devolvían reacondicionada pero los hijos la volvían a entregar para convertirla en hermana.  Llegó un momento en que se acabaron las madres y las suegras en el barrio, solo había hermanas y ya nadie sabía tejer saquitos, hacer guisos de campeonato o cuidar a los niños que todavía no venían fallados porque la expendedora estaba recién estrenada y era época de elecciones.
Del otro lado de la avenida, más allá de Gerli pero todavía en territorio de Lanús, Julio que vive enfrente de mi casa, tiene un local comercial.  A los vecinos él siempre nos dijo que era un pequeño supermercado, pero nunca aclaró que tipo de mercancía exhibían sus góndolas.  Una tarde del invierno pasado, Ester por consejo del cardiólogo y súplica del palo borracho donde dormía, salió a caminar.  Cuando se quiso dar cuenta estaba ya del otro lado del puente De La Serna y decidió avanzar unos metros más.  Llevaba por las dudas el chango de los mandados y recordó el negocio de Julio, al que nunca había entrado y que quedaba por esas cuadras.  

Al llegar al lugar donde supuestamente se encontraba el comercio del vecino, un sobresalto casi le paraliza el corazón, el cartel de la entrada rezaba: SuperSex, El Disney World del placer.  Se santiguó a la velocidad de la luz mientras los ojos se le dilataban y trataban de hacer foco en la lencería erótica expuesta en la vidriera, adornada con fustas, capuchas y otros menesteres de cuero al uso.
Ester, desde la viudez siempre sintió curiosidad por esos locales, sin embargo jamás había entrado en uno.  Los consideraba rincones oscuros, tenebrosos, hediondos, llenos de una sospechosa humedad, atendidos por viejos pervertidos, rancios y verdes a los que no se les levantaba ni el ánimo o por jóvenes demacrados, semitransparentes de tanto bombear artesanalmente el flujo sanguíneo hacia las zonas bajas.  Ese parecía diferente, iluminado y con puertas discretas pero que no ocultaban su interior.  Respiró hondo, empujó y arrastrando el carrito de las compras asomó las narices al misterio.  Ahí estaba el vecino, en el mostrador explicando a una pareja las bondades de una crema para masajes.Había góndolas, si, pero pobladas de artículos que ella jamás hubiera imagino que existían, ni en sus más retorcidas fantasías podría haber conjurado elementos tan extravagantes, coloridos y de usos varios como aquellos.

Tan pronto como se retiraron los clientes que ocupaban al vendedor, éste reparó en la inesperada visita y acudió a recibirla con una sonrisa y los brazos abiertos:- ¡Estercita!, ¡viniste a conocer mi boliche, que sorpresa!, ¿te gusta?, ¿querés una visita guiada?, hay tanto para elegir que no te vas a arrepentir!, haceme caso, vení, elegí algo que es gentileza de la casa.Julio tiene poco más de 60 años, divorciado, extremadamente flaco, desgarbado, con entradas pronunciadas en su frente y pelo canoso largo que sujeta con una bandita de goma a la altura de la nuca, usa un bigote cuadrado y tupido.  No es la belleza masculina en persona, pero va prolijo, bien vestido y siempre perfumado.  Lo único que esa mañana molestó a la vecina fue el olor a los puros que fumaba dentro del local y se olía mezclado con los inciensos de dudosas propiedades afrodisíacas encendidos sobre el mostrador.
No se sabe bien que pasó luego, aunque algunos vecinos aseguran que ella regresó de la caminata visiblemente alterada, con unos paquetes en el chango que no parecían ni de la verdulería ni del almacén.
Se sabe, si, que desde esa mañana, hay noches en que la rama del palo borracho de Don Raúl permanece inhabitada y que Julio en el fondo de su casa plantó hace pocos días un paraíso de dos plazas.
A veces, cuando la burocracia o el destino miran para otro lado, en Gerli pueden pasar cosas maravillosas.

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