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📌 RESEÑA CARTA A UN REHÉN DE ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY



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Saint-Exupéry escribe Carta a un Rehén en honor a su amigo León Werth, a quien le dedicó, en la misma época,El Principito.
Por entonces su amada Francia estaba sumergida en la Segunda Guerra Mundial asfixiada por el régimen nazi.   El sufrimiento ha llevado, se sospecha, al prolífero autor a alcanzar una altura intelectual sorprendente.
Carta a un Rehén puede ser catalogado como un libro filosófico.  Un soldado francés descubre el mundo, recorre Lisboa libre de la guerra y el desierto del Sahara.  Sin decirlo, Exupéry dedica esa carta a ese rehén que es su amigo León, judío, enfermo y viviendo en un país sitiado por la guerra.
Este libro es, para muchos y para mi también, un canto a la libertad, al respeto por el hombre, al valor de la vida, a la importancia de una sonrisa redentora.

Hay quienes opinan que esta obra es mejor que El Principito, pero...¿cómo compararlas?, en mi opinión son dos obras distintas atravesadas y unidas, tal vez si, por la visión de un hombre de altura intelectual elevada, por la sencillez y profundidad del relato y por las profundas reflexiones que nos deja.


FRAGMENTO DE CARTA A UN REHÉN DE ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY

Reproducimos aquí unos extractos de esta hermosa CARTA A UN REHEN.

"A León, cuando era niño".
Capitulo II.
"(...) Quien esta noche me obsesiona la memoria tiene cincuenta años. Está enfermo. Y es judío. ¿Cómo sobrevivirá al terror alemán? Para imaginarme que todavía respira tengo que creer que, refugiado en secreto por la hermosa muralla de silencio de los campesinos de su aldea, el invasor lo ha ignorado. Solamente entonces creo que todavía vive. Solamente entonces deambular a lo lejos en el imperio de su amistad —que no tiene fronteras— me permite no sentirme emigrante, sino viajero. Pues el desierto no está allí donde uno cree"
Capitulo III
Era un día antes de la guerra, a orillas del Saona, cerca de Tournus. Habíamos elegido para almorzar un restaurante cuyo balcón de tablas dominaba el río. Acodados sobre una mesa sencilla, que algunos clientes habían grabado a cuchillo, habíamos pedido dos Pernods. Tu médico te prohibía el alcohol, pero hacías trampa en las grandes ocasiones. Y aquella era una gran ocasión.
No sabíamos por qué, pero así era. Lo que nos alegraba era algo más impalpable que la calidad de la luz. Por eso te habías decidi- do por el Pernod de las grandes ocasiones. Y como dos marineros descargaban una chalana a dos pasos de nosotros invitamos a los marineros. Los habíamos llamado desde lo alto del balcón. Y vinieron. Vinieron con toda sencillez. Tan natural habíamos encontrado el invitar a camaradas, a causa, quizás, de aquella fiesta invisible en nosotros. ¡Era tan evidente que responderían al signo! ¡Brindamos, pues!
El sol era agradable. Su tierna miel bañaba los álamos de la margen opuesta y la llanura casi hasta el horizonte. Estábamos, siempre sin saber por qué, cada vez más contentos. Nos tranquilizaba que el sol brillara, que el río corriera, que la comida fuera comida, que los marineros hubieran respondido al llamado, que la sirvienta nos sirviera con una suerte de gentileza dichosa como si presidiera una fiesta eterna. Estábamos completamente en paz, bien afincados, al abrigo del desorden, en una civilización definitiva. Saboreábamos una suerte de estado perfecto en el que, colmados todos los deseos, no teníamos ya nada que contarnos. Nos sentíamos puros, rectos, luminosos e indulgentes. No hubiésemos sabido decir cuál verdad se nos aparecía con tanta evidencia, pero el sentimiento que nos dominaba era, sin duda alguna, el de la certidumbre, el de una certidumbre casi orgullosa.
De aquel modo el universo probaba su voluntad a través de nosotros. La condensación de las nebulosas, el endurecimiento de los planetas, la formación de las primeras amebas, el trabajo gigantesco de la vida que encaminó la ameba hasta llegar al hombre, todo, todo había convergido felizmente para desembocar, a través de nosotros, en aquella cualidad del placer. Como resultado no estaba mal.

Capitulo V
¿Es esta cualidad de la alegría el fruto más precioso de esta civilización que es la nuestra? Una tiranía totalitaria podría satisfacernos, es verdad, en nuestras necesidades materiales. Pero no somos ganado para engordar. La prosperidad y el confort no podrían bastar para colmarnos. Para nosotros, que nos educamos en el culto del respeto por el hombre, pesan gravemente los simples encuentros que tienen lugar a veces, en fiestas maravillosas…
¡Respeto por el hombre! ¡Respeto por el hombre!… ¡He allí la piedra de toque! Cuando el nazi respeta exclusivamente lo que se le asemeja, sólo se respeta a si mismo. Rechaza las contradicciones creadoras, arruina toda esperanza de ascenso, y funda por mil años, en el lugar del hombre, el robot de un termitero. El orden por el orden castra al hombre de su poder esencial, el de transformar tanto al mundo como a sí mismo. La vida crea al orden, pero el orden no crea a la vida.

Capitulo VI
Por esta razón, amigo mío, tengo tanta necesidad de tu amistad. Tengo sed de un compañero que respete en mí, por encima de los litigios de la razón, el peregrino de aquel fuego. A veces tengo necesidad de gustar por adelantado el calor prometido, y descansar, más allá de mi mismo, en esa cita que será la nuestra.
¡Estoy tan cansado de polémicas, de exclusividades, de fanatismos! En tu casa puedo entrar sin vestirme con un uniforme, sin someterme a la recitación de un Corán, sin renunciar a nada de mi patria interior. Junto a ti no tengo ya que disculparme, no tengo que defenderme, no tengo que probar nada. Como en Tournus, hallo la paz. Más allá de mis palabras torpes, más allá de los razonamientos que me pueden engañar, tú consideras en mí simplemente al Hombre, tú honras en mí al embajador de creencias, de costumbre, de amores particulares. Si difiero de ti, lejos de menoscabarte, te engrandezco. Me interrogas como se interroga al viajero.
Yo, que como todos, experimento la necesidad de ser reconocido, me siento puro en ti y voy hacia ti. Tengo necesidad de ir allí donde soy puro. Jamás han sido mis fórmulas ni mis andanzas las que te informaron acerca de lo que soy, sino que la aceptación de quien soy te ha hecho, necesariamente, indulgente para con esas andanzas y esas fórmulas. Te estoy agradecido por que me recibes tal como soy. ¿Qué he de hacer con un amigo que me juzga? Si recibo a un amigo en mi mesa, le ruego que se siente, si renguea, pero no le pido que baile.
Amigo mío, tengo necesidad de ti como de una cumbre donde se puede respirar. Tengo necesidad de acodarme junto a ti, una vez más a orillas del Saona, sobre la mesa de una pequeña hostería de tablones desunidos, y de invitar allí a dos marineros en cuya compañía brindaremos en la paz de una sonrisa semejante al día. Si todavía combato, combatiré un poco por ti. Tengo necesidad de ti para creer mejor en el advenimiento de esa sonrisa. Tengo necesidad de ayudarte a vivir (...)

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