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💂 PERESTROIKA PARA UN HOMBRE SOLO III - CARNAVAL EN LOS URALES

Montes Urales - Rusia
Montes Urales

PERESTROIKA PARA UN HOMBRE SOLO III - CARNAVAL EN LOS URALES




El Banco fue más generoso de lo que Iván había esperado, ese segundo préstamo le iba a alcanzar para pagar pasajes, estadía y algún que otro gusto que quisiera darse durante el gélido invierno ruso. Además, aprovechó los planes de cuotas y compró una computadora portátil porque su anterior ordenador ya mostraba todos los síntomas de agotamiento electrónico e incluso a él, analista de sistemas con vastos conocimientos técnicos, ya le resultaba imposible reanimarlo.
Ese viernes, mientras colgaba del respaldar de la cama el toallón que había usado para secarse después de la ducha en la casa de su hermano que quedaba enfrente, pensó si no debería destinar una parte de ese dinero a reparar al menos el cuarto de baño, empezaba a sentir vergüenza por el estado en que se encontraba la propiedad y no contar con sanitarios a pocos pasos le resultaba por demás incómodo, sobre todo por las noches. El helecho del patio, más mustio que vivo, todavía funcionaba como receptor de sus hídricas necesidades nocturnas. Esos pensamientos pronto fueron reemplazados por la certeza de que si no se apuraba iba a perder el tren a Buenos Aires y con eso, las clases de ruso que ya no necesitaba pero eran la excusa para no pasar ni sábado ni domingo entre esas paredes. Ya tendría tiempo al regresar de Rusia para ocuparse de reparar el baño, eso por ahora podía esperar.Estaba muy cerca de cumplir los cuarenta años. A sus amores alquilados en Palermo los vió por última vez unas noches antes de reencontrarse con Laura, una ex compañera del secundario, morocha alta y chata por donde se la mirase que sólo reunía una de las tres cualidades anheladas por Iván en una mujer: era muy inteligente. Lo de que no tuviera pechos grandes ni ascendente soviético lo pasó por alto cuando la tarde del encuentro por los 23 años de egresados ella lo invitó con una cerveza en su casa y le recordó todo lo que Viktoria, en aquel invierno ruso de hacía dos años, le había enseñado bajo las sábanas. Laura era nieta de sicilianos, trabajaba en investigaciones de la Policía Federal y vivía sola en Buenos Aires. Sus encuentros reemplazaron a las visitas a Palermo y los fines de semana en la casa de la prima fueron suspendidos hasta nuevo aviso. Ella lo alojaba gratis sábado y domingo a cambio de uno o dos revolcones semanales.


Fue justamente en el departamento de Laura, donde Iván, desde su nueva computadora planificó el viaje. Su chica lo miraba atenta mientras él, ensimismado y como en trance anotaba destinos, aeropuertos, tarifas y promociones varias.
Minutos después mientras se servía un café en la cocina, ella desde el dormitorio le gritó:- Tu computadora está pidiendo actualizar el antivirus, ¿lo hago?.- Si mi amor, seguí las instrucciones en pantalla.Al regresar con la taza en la mano, alcanzó a ver como ella guardaba rápido algo en un cajón, se acomodaba el pelo y se sentaba nuevamente en la cama a esperarlo. Esa noche decidió que su principal destino serían los montes Urales, para pasar carnaval en la región de Ekaterimburgo donde las tradiciones, contaba Internet, se mantienen inalteradas desde hace siglos. Pero no encontró vuelos económicos que lo llevaran de Buenos Aires a su destino sin pasar por NuevaYork. Pisar tierra yanqui era para él un sacrilegio de magnitudes astronómicas, no se lo hubiera permitido ni en sus peores pesadillas. Por lo que pensó que mejor era ir a la capital soviética, pasar unos días en casa de su amigo Sergei y de allí sí, tomar un avión hasta el límite con Asia.  


El día de la partida estaba solo en Ezeiza, Laura no pudo abandonar un procedimiento y se disculpó minutos antes por no poder llegar a tiempo. Abordó el avión vestido ya para la temperatura de Moscú: camiseta térmica, polera de lana, borceguíes de cuero y la ushanka (conocido como gorro cosaco) que había comprado en el freeshop durante el último viaje. Justo antes de despegar, recordó que el pasaje era con escala en San Pablo, Brasil donde estarían cerca de cuatro horas esperando el trasbordo a otro avión que lo dejaría directo en tierras rusas. Ese tiempo en suelo carioca, con treinta y tantos grados de temperatura y ataviado como para Siberia, solo pudieron compensárselas el aire acondicionado y la conexión a Internet del hall del aeropuerto donde Iván se transformó en el centro de las miradas de los turistas veraniegos y risueño fondo para algunas selfies.Después de unos días en Moscú donde aprovechó para ponerse a tono con el idioma y hacer algunas compras, abordó el siguiente vuelo a su destino principal en ese viaje. Su idea original era llegar hasta el límite con Asia por vía férrea pero los pasajes en el Transiberiano, aún en las clases más económicas representaban varias veces el costo de un boleto aéreo. De todos modos la idea de recorrer la inmensidad del territorio en tren era un deseo que guardaba para algún momento de la vida, préstamo o golpe de suerte mediante.Dos horas y veinte minutos después, arribó a Ekaterimburgo, eran los finales de Febrero, pleno carnaval tal como lo había planeado. Se encontró con una ciudad cubierta de nieve pero con un frío mucho más tolerable que en la capital debido a la ausencia de humedad. Una urbe mayormente industrial y moderna pero conservadora a la vez.  


El primer paseo que realizó en la región de los Urales fue a visitar la Iglesia sobre la Sangre, erigida en 1977 sobre los cimientos de la antigua casa donde en 1918 un comando bolchevique había asesinado al último zar, Nicolas II y a toda su familia. Ese mismo día conoció el gran monasterio de Gánina Yama donde se puede ver el pozo en el que supuestamente habían arrojado los cadáveres, rodeado de cúpulas doradas. Muy cerca de la ciudad se encuentra el límite entre Europa y Asia, fue una parada obligada durante la excursión en esas horas iniciales al pie de la larga y baja cordillera que en teoría marca el límite entre ambos continentes aunque en la práctica no representa barrera de ningún tipo, ya que tanto el paisaje como el idioma o el clima son los mismos a ambos lados.  Esa noche, por una conversación en inglés que escuchó de refilón y a medias entre otros huéspedes del hostel, se enteró que al día siguiente habría una celebración típica en todos los parques y espacios abiertos si la nieve lo permitía. Iván asumió que sería la misma sobre la que había leído en Internet y se preparó para la ocasión.  La jornada del evento a media mañana, se acercó a la plaza más cercana, unos metros antes de llegar ya se oía el murmullo de la gente y la música tradicional sonando a todo volumen, su pulso se aceleró, recordó que según había averiguado, en esta fiesta la gente danzaba sin ropas y con zapatos por unos breves instantes a modo de despedida del invierno, satirizando un antiguo ritual de purificación pagano y que, además, no era bien visto si alguno decidía participar vestido.  Por lo que, al refugio de un gran árbol, decidió quitarse todas las prendas menos las botas de cuero, guardarlas en su mochila y dejar esta oculta entre las ramas para ahora luego dirigirse a disfrutar de lo poco que pudiera resistir desnudo en la nieve al grito de: -Feliz Máslenitsa (carnaval ruso).Mayúscula fue su decepción al ver que el bullicio provenía de una feria donde varios cocineros acomodados uno al lado del otro, armaban blinis (panqueques) que la gente compraba y condimentaba a gusto. Todos estaban convenientemente vestidos. Si su sorpresa fue grande, la de los feriantes, turistas y pueblerinos fue descomunal: hubo gritos, huidas, madres que le tapaban los ojos a los niños y carcajadas varias hasta que un cocinero se acercó a cubrirlo con su delantal y un policía, machete en mano, corrió a su encuentro para detenerlo. Nunca antes había hecho tan buen uso de sus habilidades verborrágicas como esa tarde en que en el destacamento policial, a medio vestir y más muerto de vergüenza que de frío, consiguió que le creyeran su historia.  Al regresar al hostel con intenciones de intentar, si fuera posible, desintegrarse bajo una ducha lo más caliente que soportara, se encontró en la recepción con un hombre de sobretodo, traje y guantes negros que lo esperaba acodado en el mostrador del conserje y se presentó como Vladimir Smirnov, le pidió solamente que aceptara una tarjeta y se retiró. Ivan, sorprendido, creyó que se había confundido de persona, miró la tarjeta que al parecer estaba en blanco, la giró y al dorso pudo leer en perfecto español: 26 de febrero 16 horas de Ekaterimburgo, estación de subte Uralskaya, pasillo central. Venga solo.

Fotografía: By Oleg Chegodaev - Own work, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=51454333


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